Verte y no verte en los pliegues
del
aire, arcano de luz,
días y
horas acechándote
para
donarte los ojos fijamente
y en
meandro deshacer mi boca
encerrada.
¿Dónde
al fin nuestra cita?
¿Tal
vez en el libro de las hadas?
Verte
y no verte es mi hedor.
Somos
guerreros de un ejército
tras
los recuerdos,
codo
con codo unidos
por el
bien de los enemigos,
otros
guerreros de otro ejército
tras
los recuerdos.
Cada
guerra es una risa breve.
Los
brazos, espadas largas.
Atardece
en cueros y las luces braman.
Callado
soy indulgente
con
miríadas de ojos
que no
calman los golpes de amor.
Tórrido,
pues,
afronto
la noche lunar.
Atardece
en cueros.
Y
parece
que
todo el mundo va desnudo.
Entre
muslos de laurel
anda
escondido el deseo,
duerme
como un niño
agazapado
en la hojarasca.
Ahí su
guarida sonrosada,
su
rubor de infancia,
todos
sus sentidos cubiertos.
Ahí
también su boca inmensa
con
naturaleza de ogro
tragando
la fruta
que
corretea por el bosque.
No hay
quién borre el lápiz de los labios,
el carmín de la carne,
el
sánscrito nervio
heredado
de los ancestros.
Cada
huella me devuelve al principio
porque
el amor no tiene fin.
¿Qué
sol puede pronunciarse tras una batalla,
qué
rayo filtrarse en las heridas
de
carne contra carne
escarbadas?
¿Qué
sol puede pronunciarse que no recuerde
una
granada inminente y su eco,
qué
palabra pronunciarse que no provoque
explosión?
Vago
por una arcada de luz
bamboleándome
con venias al viento,
asustando
a los objetos sin sombra.
Vago
sospechoso
en
trenza de luz
camino
de ser filamento,
raza
del fuego primigenio.
Vago
por la armonía del destello.
Que me
salve mi mano
de
atrapar versos perfectos.
Convertiríame
en un imperfecto inútil
y el
resto de los días supino aburrimiento.
El
resto consecuente de la vida
sobras
de un ejercicio.
Que se
salve mi mano
de no
escribir versos,
que me
salve.
Un
quejido en confianza,
tal
vez una página herida
me
haga feliz.
No en
vano el jardinero poda
en
favor de la floración.
Ojalá
un
vapor del cielo
me
rebose por dentro.
Tú no
sabes registrar el alma,
romántico
dedo
en
domingos flagelado.
Te
falta cosmos, lenguas
y una
pizca de sal.
Sal si
puedes. Y piérdete.
Yo me
quedo cadáver
en tu
alma.
Una
vez temblé en medio del mar.
A mí
llegó un anzuelo
amigo
de hilo invisible
proclamándose
azul
con
rugido de alimento.
Temblé
como un pez.
Pero
sacié mi hambre en el fondo.
Ya no
estoy en la escritura
ni en
los dedos que se afanan por el lápiz,
ni en
el brazo que a la tinta estimula,
ni en
el codo que sustenta al deseo.
El
sueño improvisa mi residencia.
Ahora
estoy sentado sobre las olas
pendiente
a ver si me leo.
Heme
aquí, mar,
con
toda la sed de un vaso de agua.
En tus
entresijos deseo habitar
y
entre tus vocablos quedarme para siempre.
He
aquí, mar,
un
hombre
que
valora su existencia.
Está
la mirada en su oficio.
Justo
en el punto de diana
de la
ballesta,
en
otro ojo.
No es
promiscuo el amor.
Tiene
dos ojos siempre
y no
por casualidad
siempre
unos labios
para
quedarse.
El
cielo siempre ha presumido
ser
una promesa.
Por eso
envía lluvias cuando quiere
y
despacha radiaciones cuando le entran ganas.
Algunas
veces resulta una broma,
un
lugar en ninguna parte,
un
puñado de tierra querido azul
y
lanzado al aire.
Es en
el túnel de las caderas
donde
se consume mi vida
y la
vida de los perros.
Se
llega y se entra,
se
detecta el mundo
y se
agarra con fuerza.
Los
perros aúllan,
uno se
acaba.
Ahora
todo brama
y en
cada beso de agua flota
una
raíz que en todo momento
soñó
inquieta con un árbol dulce
de
frutos verdes.
Hay
salutaciones en el movimiento de las hojas,
bolígrafos
que describen a los transeúntes,
ángeles
y ángeles que enverdecen el hocico,
pero
que no salvan.
Sólo
salva la carne
y la
carne es un producto que caduca.
Vanas
son las respuestas
si los
crisantemos florecidos
ya han
enraizado la mesa y perfumado el aire.
Sólo
queda ausencia:
libertad
para escribir, libertad para borrar.
Blanco
justamente
a través de los cristales;
blanco,
fin de
café con leche y humo seseado.
¿Por
qué se van las letras hacia el sueño?
¿Por
qué yo me quedo de mar y redes mutilado?
Siempre
el aire tensándolo todo.
Cada
uno con su hambre.