EL
TREN NO HABÍA PARTIDO. Preso del delirio nada espero. La gente paga por mi
llanto. La gente sonríe y goza mi tristeza. Por eso, me pongo el traje de
payaso y río hacia la nada. Pero me fui sin tren y sin partida. Con silencio, a
mi hambre de arco iris. Me fui para quedarme en su veneno, el que aplaude y
marchita sus tímpanos saciados.
Ya
no actúo, mis actos se quedaron en la lluvia, en un río después, yo no sé hacia
dónde. Por eso regalé todos mis libros: no podía gozar de tanta inmensidad. No
podía sentir sino actuar en lo sentido. Tenía que ignorarme para ser. Tenía que
ser el que no fui y el que se oye detrás del telón esparciendo las luces detrás
de las luciérnagas.
El
tren no había partido. ¿No ves como estaba mi harina en tus zapatos? ¿No
sientes mi llanto enharinado en el pan? Hay un centeno triste que blanquea el
eclipse. Hay un trigo locuaz que trepa a las serpientes y encabrita las luces
encima del telón. Me remuerden la sangre, me la llenan de ortigas. ¿No la ves
crepitar en la voz de mi risa?
Ah,
el siseo del amor…Esa manzana líquida, ese dolor asustado de la esquina
recóndita, que humedece los pasos y se arquea absoluta. Cómo brinca tanto amor
aun llegando congoja.
Todos aplaudirán, lo sé, a esta escena tan bufa. Todos menos la risa, la risa de mi
llanto.
TRAMUTA IN LAZZI LO SPASMO E IL PIANTO
Se
muda el espasmo en rictus vacío. Se muda la mudez en lazos silenciosos de
sonrisas puñales. Recuerda mi papel de
pobre diablo agarrado al guisante que saltaba del plato. Recuérdalo redondo
girando en el mantel. Su brillo era un quebranto disfrazado de estrella.
Y
reías, reías de ver los cartones azules brincando en la oquedad de la esponja.
Los calendarios eran una hondonada de archipiélagos de guisantes y poros, que se abrían al dolor
y reían, reían su locura al público de moscas. Más allá las monedas cayendo
como cáscaras imberbes. También giraban a veces hacia el plato. Tintineaban
verdes por su avaricia triste.
Entonces cantaste tu vesti la giubba. Ah, la necedad. Qué necio el que sueña bajo los
ascensores: lo spasmo e il pianto
desdicen tu mueca en la harina.
Proclamo necedad en la cordura si ésta
me lleva a no reír de llanto. Hoy salí de tu mano a evitar la memoria. Las
mentiras pequeñas y tus grandes olvidos, dice mi amigo blanco, son vivir sin
saber que hay borrones de mirlos esperando mareas.
Tramuta in lazzi el
azar de estar solo. No hay temblor más allá, sólo un barco que llega y deja su
aureola en la oscura desazón.
La
comedia está servida. Sobre el mantel guisantes. Un tenedor los busca.
EL AMIGO MARCHITA girasoles del hambre o despliega las hojas que miran el alféizar. La ventana no esplende. He apagado el recuerdo por no verlo temblando por la luz desolada. Mas la luna me atrae. Es una chispa tenue, no más que la dulzura de la avispa al caer de los labios.
Silencio, ¿no me oyes sangrar las esquinas
azules? ¿Echarme por la hortensia a rodar las naranjas al rictus del ausente?
Oh, la luna de fondo detrás de bambalinas. Todo es hueco sin ella, es un sol
asustado como yo de este frío.
QUEMABAS TODO EL VERSO como el cielo sus naves. Sus quebrantos de espuma: tus nubes en su hoguera. Quemabas la luz y la hondura del pájaro. Cenizas de otro Fénix a otro canto se asoma con su aurora manchada.
Quemabas
todo el verso. Del incendio salía la mirada de Esther, la prostituta
ingenua que llegó de su esquina a
ofrecernos sus pétalos sin pedir nada a cambio. Oh, diosa desvestida pisando nuestras huellas,
cuánto dulzor trajiste de tu intangible noche.
No
la busque asomada el infierno de Dante. Ni siquiera la séptima escalera del sauce. La llevaste
contigo a soñarla despacio. Me dejaste su almendra mirándome encendida.
No
la busques jamás, se ha dormido contigo. Se ha quedado en mi sueño, como tú que
ya duermes con sonrisa de niña.
TE
TOCA, ESTHER. El rey no ha abdicado y el caballo está presto para emprender la
huída. Mueve tu pieza blanca, qué más da la que muevas. Vamos a la montaña por
el mismo naciente a deshacer tableros y mutuas veleidades. Arquéate en la acera con tu vestido
pobre, no comas los pasteles que te
ofrece el destino cuando las hojas caigan desangradas de sombra sobre muslos no
hollados.
El negro rey sonríe al crujido del páramo donde
aúlla la luna. No te hundas de noche. No beses su esplendor de uñas ónice.
Regresa a tu no-luz con la cara mojada de alondras y entrepatios. Nada es su
tintura, sólo un hueco en la oquedad del sol. Ay de ti si las flores fueran
besos de abejas. En tus ojos vería floreciendo
ese tiempo que no fue en absoluto.
Pero
no eres la efímera. No la eterna ansiedad. No te trajo el eclipse de sus edades
blancas. No te sangra el ocaso cuando la luna asoma al colmillo del lobo. Sin
embargo, he aquí el espectro de la voz. Ay,
no saber…Echarse a rodar por las plazas arrollando viandantes seguros de sus
nombres. No saber que una mariposa vuela hacia la luz para morir por ella.
Ahogar la ternura de haber sido en el pozo inseguro.
Se marcharon con él las dos mitades bellas. Las
hojas marchitaron sin saber su caída. Pero una sombra me queda de tu sonrisa
escrita, pulula en el candil con que miro mi ausencia.
Oh,
Esther, cuántas aceras no has hecho
en esta habitación que me dejaste. Cuántos pasillos sórdidos olvidaste pasar.
Quedaste en la garganta de un payaso, te quedaste desnuda mirándome a la boca.
PERO ESTO NO ES UN JUEGO ni un poema que dejas
truncado en las aceras. Tampoco una ilusión de haber sorteado las calles del
destino sin mojarte en los charcos y el tic tac floreciendo detrás de las
hormigas que suben al vacío. Fue una voz que surgió del invierno, la blancura y
el frío definieron su vórtice. Después entretejió efluvios y entretelas La
costura al pespunte bajó a prolongarse en las manos aquellas que apuntalaban signos sembrados en la patria de sirenas
inversas.
Taconeo
azulado al poema sumía respiración en cuévanos de ojos y órbitas. Que si llamara Esther, sería de la calle de
al lado con su cara invisible de llorarte despacio (de llorarme absolutamente
cierta de su luz azarosa). El trajín aceitado de la oliva y la abeja
ronronean felices, si bien no disiente tu presencia en la tabla que se inclina
a la sombra prostituta y pagada por el borracho ausente.
Pero
esto no es un juego. No jugar cuando la risa es presagio. Tirar el dado por la
parte sin números que el tiempo disuelve con sudor prometeo en las frentes
marcadas de ceniza y de lirios.
Cayeron
las palabras del tacón a la herida, y se quedaron tersas pululando pasillos. Que si Esther no te llama, no te hundas de
noche. Te pondrás la melena del león pero canta a tu pájaro necio.
A Gabriel y Giovanna: uno en la
inmensidad
SE LEVANTA Y TRANSCURRE como el amor prohibido.
Pasa la luz del sauce, pasa su espuma,
el cansancio de las ondas marchitas. El labio es un trasiego de golondrinas
pardas, un guijarro de piel que se queda transido,
Se
levanta y desprende los añicos de sombra del amor. Oh, Esther, no te
despiertes. Sígueme hasta los poros donde las mariposas sueñan tu avariciosa
noche. Caminaremos altos desfiladeros verdes por la sonrisa ecuestre de tu
sudor de luces.
Es
tan grande crujir en las ramas del pino, es tan tierno nacer de la ortiga y el
liquen cuando la nada vuelve a apuntalar
luciérnagas acaso no nacidas…
Te
regalo el poema que sembramos en las hembras no natas. Por la ternura doy
abiertas cicatrices y que me sientas hosco como la mar ajada de respirar la sed
de bajeles errantes.
Se
vistió de león y cantaban tus manos. Yo escuchaba la lluvia que al caer me
envolvía en la saliva densa.
Se
levanta y transcurre, pero siempre transcurre, nunca vuelve del agua a ser
la desazón que tenía ese instante en que
no ví tu estela.
Mas
el amor, lo sé, es una espina incierta en tus zapatos hondos. Ed io ti prendo e m´abbandono intera!
HAY
UNA ESCENA donde las sonrisas se cruzan y se quedan en círculos de asombro. Una
escena donde tú no apareces, porque eres la pregunta, la que siempre se queda
detrás, la que no asoma ingenua ni asume su telón.
Después
el filtro. Ábrelo y gravita en la locura de sentir. El público no siente, sólo
aplaude o rumia como una vaca negra escondida en la sombra. Sólo miran tu luz,
quieren ser la polilla. Pero no todo tiende a ser luz o dulzura. No todo en
estas flores endulza los resabios.
Sin
embargo, no hay resabio de ti que eres blanca, eres candil en vela.
Nos
fundaste en tu cielo aquella tarde azul. Tú tocabas madera de árboles audaces.
Yo intuía que tú no sembrabas la tinta como un mero reproche. Mi hermano
vigilaba la llegada del cierzo. No era el frío apagado sino el calor ausente.
No el invierno, el no-invierno de las estaciones sordas, Te llamaron Violeta.
Mas Violeta se fue a otro país no hollado a crepitar su daga, más allá de la
tristeza y el aplauso vacío.
Era un amor más grande que la pureza triste de
ser tan despechada y ciega. Porque era tuyo. Eras tú, más allá de los bosques
escritos en la sangre del día.
Entonces
nos decías cuán presto se aviene el viento a tu estallido de madre. La tierra y
sus cicatrices no germinan tu risa. No caminarán los ojos a ensuciar tus
pasillos. Aunque los huecos se llenen de mariposas muertas, las grises
dentelladas escupirán sus dientes y sus palabras ríspidas.
Marchitaremos
juntos el lenguaje quebrado de las flores sin eco.
SANGRAS POR UNA VID inmarcesible y pura.
La ebriedad no marchita tu melaza de
higuera.
Levitar desde el fondo de los pétalos
sagrados
para encontrar la paz en los panales
cálidos.
Y
el aire gira, gira en las bocas balbucientes. Tu mejilla se asfixia donde el
césped abrasa, pero llegan de noche los ombligos ausentes. No te dejan vivir.
Se vacía en la luna el sollozo redondo de la enunciación y disparan al cruce
margaritas azules.
No
andemos este eclipse, parece un artificio del escriba a dos voces. Girar es
marchitarse, marchitarse es nacer, aunque el dolor sea un árbol con entrañas
celosas.
Son uvas silenciosas
lloviendo
del deseo. No lo dudes jamás:
eres nube en mi sangre. La que llueve golosa
de las abejas necias, la que
endulza la flor
de tu candil
desnudo.
No
dolerse de nada mientras palabras duelen en caminos inciertos que no pisan tu
sed. Te suplanta in la smorfia il
singhiozzo del cauce.